Monday, August 07, 2006

¿Hicimos tanto ruido?

*Roxana Crisólogo Correa

Uno de los rasgos más distintivos de lo que se hace llamar generación de los 90 de la poesía peruana fue la proliferación de grupos y talleres literarios. Con el tiempo éstos fueron consolidándose como espacios alternativos al espacio oficial de la literatura peruana. Los nuevos circuitos literarios no hubieran podido sobrevivir sin la existencia de un apreciable número de revistas que generosamente y con poco rigor cedieron sus páginas a las nuevas voces. Esta promoción exuberante de poetas le debe tal engrosamiento ante todo a la animación e interés de los promotores culturales.

Artífices en muchos casos de verdaderas vorágines poéticas como fueron los recitales masivos organizados bajo distintos nombres (desde poetones a encuentros universitarios) se encargaron de incentivar la producción de poesía como la de poetas. En tanto casi cualquiera podía ser escritor, la poesía dejó de ser una herramienta exclusiva de la gente educada y se volvió más popular. Sin embargo, lo popular como tema estuvo ausente en los contenidos de la mayoría de los trabajos de estos jóvenes poetas.

La atmósfera creada no podía ser más dispersa. La caída del Muro de Berlín como el fuego demencial de Sendero Luminoso y la guerra sucia desatada por el estado fueron el escenario donde esta promoción aterrada y escéptica parecía desvanecerse en la indiferencia. ¿Qué hacíamos las mujeres entonces? También inmersas en esta dinámica a través de grupos o talleres, la incursión audaz de las mujeres en la poesía ocurrido hacía poco no despertó mucho interés en la mayoría de las jóvenes poetas.

A excepción de Violeta Barrientos que desde el grupo Noevas intentó impulsar un proyecto alternativo de corte feminista no surgió ninguna otra contrapropuesta sobre literatura escrita por mujeres y la ampliación de su temática. El rótulo “poesía femenina” construido por la crítica en base a una tergiversación de la experiencia de las poetas de los 80 creó graves obstáculos para la generación posterior. Aunque para las novísimas estaba claro que no querían hacer lo que la crítica bautizó como poesía erótica o confesional, su producción muy pocas veces escapó a esas características o se libró de ser medida con esa vara.

La crítica no hizo más que arraigar con más fuerza y argumentos sus ideas preconcebidas acerca de la literatura escrita por mujeres. El debate aún entonces abierto sobre la continuación de una tradición de poetas quedó estancado, mejor dicho, momentáneamente zanjado.

En la primera mitad de los 90 el surgimiento de algunas voces originales aparece como el contrapeso saludable a la poesía en serie o con etiqueta. Fueron estas propuestas las que finalmente destacaron por su carácter transgresor entre ellas la de Barrientos, Monserrat Alvarez y Ana Varela y dieron carácter a una promoción que para muchos era la continuación de los 80, una generación sin rostro.

Para la segunda mitad de los 90 dos de las poetas citadas a las que se sumaron Grecia Cáceres, Ericka Ghersi, Victoria Guerrero y la que escribe continuaron con su producción literaria desde distintos puntos del planeta. Difícil hablar de las voces poéticas que emergieron en las provincias, la falta de publicidad y trabas en la publicación de sus obras las tornaron invisibles. El centralismo limeño es otro de los obstáculos que hace falta enfrentar y exige ser incluido en la agenda.

Otro tema al que vale la pena prestar atención es la ausencia de reflexiones respecto a la experiencia de las poetas no sólo individualmente sino al interior de sus grupos o talleres. No fue novedad encontrarse con grupos conformados en su mayoría por hombres. También los promotores culturales, si mal no recuerdo, fueron generalmente hombres. ¿Qué posición tuvieron las poetas, cómo fueron vistas por sus compañeros de grupo o es que acaso fueron invisibles?

La reciente aparición de una antología de poesía del grupo Neón nos da una respuesta tentativa. Neón fue el grupo que hizo más ruido a inicios de los 90. Su primera antología que divide espacios entre la primera y segunda etapa del grupo no incluye el trabajo de ninguna mujer. Interesadísima en encontrar una explicación coherente fui a buscar el libro de la poeta Isabel Matta, la única mujer del grupo que tiene libro publicado. No sólo me encontré con un lenguaje fresco sino con una mirada original plasmada en temas cotidianos que van más allá del amor de pareja, una oxigenación necesaria en la poesía de los 90. Si el criterio de selección de los textos fue la calidad entonces debe haber habido un error. La antología incluye a poetas de calidad indiscutible a la par de textos menos afortunados. Por lo que deduzco que la calidad no ha sido el criterio de selección.

Si la función de esta antología fue la de ofrecer al lector un panorama amplio del grupo ¿por qué presentar una visión parcial excluyendo un punto de vista que no cabe duda iba a enriquecer su leyenda? un misterio.

Las poetas de los 90 no escaparon del carácter fragmentado, heterogéneo, multicultural y violento de Lima reflejado directa e indirectamente en algunas obras (Alvarez, Barrientos, Carolina O. Fernández y la que escribe). No me atrevería a afirmar que se ha producido una relectura y reelaboración de la tradición de los 80, aunque esta particular forma de abordar los temas del cuerpo, la sexualidad y la familia ha sido adoptada por la mayoría de poetas de los 90 usando un tono más místico y reflexivo (Ghersi, Guerrero y Rocío Hervias).

Una especie de discurso hacia dentro en contraposición a los gritos que irrumpieron en el escenario en los 80. Un caso singular es el lenguaje contundente y sobrio de la excelente poeta Ana Luisa Soriano. Entonces ¿construimos o no una propuesta? Aún sin proponérnoslo, la coexistencia de voces disímiles y el manejo de diversos registros en la poesía de las mujeres de los 90 se constituyen como nuestros aportes más importantes a la tradición literaria.

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